miércoles, 24 de septiembre de 2014

CASARSE CON EL AMANTE ES COMO ECHARLE SAL AL POSTRE

Las estadísticas son contundentes: haciendo un promedio de datos de varias culturas, alrededor de la mitad de la gente tiene una relación oculta y le pone los cuernos a su pareja. Las relaciones prohibidas son especialmente adictivas, porque el placer que generan es muy concentrado y penetrante y, además, crea necesidad. Independientemente de que estemos de acuerdo o no con las aventuras clandestinas, debemos reconocer que muchas de ellas acaban convirtiéndose en un Disney World personalizado, donde los implicados están más cerca de la fantasía que de la realidad. Los amantes crean su propio microcosmos y sus propias reglas de supervivencia: un mundo exclusivo para dos. En este contubernio amoroso, cada quien determina la existencia del otro y hasta le otorga significado. Una paciente me comentaba: 

«Sólo con estar con él unas horas, la semana se justifica y adquiere sentido... No verlo es sentirme incompleta, como si arrancaran una parte de mí...». 

Justificación existencial y síndrome de abstinencia a la vez: nada que hacer. Unos cuantos encuentros le otorgan a lo cotidiano un tinte especial y se pasa de una realidad en blanco y negro a
una en tecnicolor y tres dimensiones. De ahí la resistencia a salirse del enredo, no importa de dónde venga la presión en contra: nadie quiere perder el encanto de un amor que te lleva al límite.

No obstante, pese a estar en una situación de felicidad expansiva, a veces los implicados, no contentos con el aquí y el ahora, pretenden legalizar dicho enredo y mantenerlo en el tiempo. ¿La estrategia? Formalizar el vínculo, salir del armario y mostrarse al mundo atrevida y dignamente. Del amor proscrito, al cuento de hadas:

«Nos amamos, viviremos juntos y construiremos una familia, con los míos, los tuyos y quizá los nuestros». 

Si estás metido o metida en un plan similar, te recomiendo que bajes un poco las revoluciones. No es para desanimarte, pero solamente un pequeño porcentaje de los amantes que se casan o se van a vivir juntos funciona. Despertar del éxtasis, reestructurar la locura simpática que mantenía viva la relación tiene sus consecuencias y contraindicaciones. Es muy difícil «reglamentar» el amor pasional y que el hechizo no se rompa.

La «montaña rusa» emocional de los amantes incluye satisfacción sexual intensa, obnubilación, ternura, alegría, culpa, miedo y temeridad, encanto y desencanto, amor y desamor, dolor y alivio, risas y lágrimas, y muchas oscilaciones más. Los amantes son sacudidos por una vorágine de afectos y desafectos de todo tipo y de carácter exponencial. Y son esta velocidad y variedad de sentimientos las que los atrapan. 

¿Cómo encauzar esa energía fascinante y fuera de control para domesticarla y que no pierda su esencia vital?

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