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jueves, 25 de junio de 2015

LA INTOLERANCIA A LA SOLEDAD

Así como el apego sexual puede ser una motivación para estar con alguien, la soledad mal manejada empuja a las personas a buscar compañía, cosa que nada tiene que ver con el amor. La «pareja» es un paliativo para sobrellevar una vida solitaria y con el tiempo, el alivio que genera el acompañamiento va convirtiéndose en apego: necesito tu presencia, no soporto ver mi mundo despoblado.

Recuerdo la declaración de amor que un hombre le hizo a una mujer en mi presencia: «Tú llenas un vacío». ¿Amor estomacal? ¿Amor compensatorio? Un amor que «llena un vacío» es un amor sospechoso, demasiado funcional para mi gusto. También he oído decir a veces: «Tú me completas», como si el otro fuera una prótesis. En el caso que estoy comentando, el «vacío» del que hablaba el supuesto enamorado no era otra cosa que la soledad en la que se hallaba inmerso. El mensaje subyacente podría haberse expresado en otros términos: «En mi vida hay mucho lugar disponible, demasiado espacio para una sola persona, ¡por favor, ocúpalo!».

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El conflicto que genera la intolerancia a la soledad es complejo. La dinámica oculta es más o menos como sigue: «Cuando estoy sin ti, la desolación me agobia y te necesito, pero cuando ya estás en mi hábitat, comienzo a añorar mi soledad». ¡Inmanejable!

La hipersensibilidad a la soledad produce mucho malestar y hacemos cualquier cosa para evitarla. Algunos, hasta se casan.

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso

ENSAYA LA SOLEDAD

 Un paciente me dijo una vez: «¿Para qué voy a ir al cine, si ella no está?», y el cine le encantaba. También recuerdo una mujer que, cada vez que su marido viajaba, descuidaba su arreglo personal al máximo (en realidad ni se bañaba) y se encerraba a ver la tele todo el día. No estaba deprimida, era víctima de un pensamiento dependiente: «¿Para qué, si él no está?». Absurdo, como cualquier patología: para qué vestirme, para qué cuidarme, para qué conectarme con la gente... En fin, para qué vivir, si el hombre o la mujer (mi hombre o mi mujer) no está presente.Los que son más o menos independientes saben que cuidarse, estar limpio y bien vestido es para agradarse a uno mismo. ¿Narcisismo? No. Más bien autoexhibicionismo: sentirse atractivo sin acuerdos ni consensos externos, ser espectador de uno mismo. Cuando estamos en pareja, nos acostumbramos a hacer la mayoría de las cosas a la par, algo que penetra en nuestro repertorio conductual hasta que se transforma en hábito, y si el otro no está presente, nos sentimos extraños y desubicados.

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La soledad afectiva no tiene por qué ser una tortura. Hay que aprender a jugar y estar con ella. La soledad no se define por sustracción (estar «sin ella» o «sin él»), sino  por una multiplicación del «yo» que se recrea en el autodescubrimiento. Y no estoy hablando de los retiros espirituales o irse a la cima de una montaña desierta (si bien no niego que a veces pueda ser útil hacerlo); lo que sugiero es apropiarse de la soledad, tocarla, ensayarla y meterse de lleno en ella, perderle el miedo y convertirla en una experiencia alegre y fructífera. La soledad inteligente no es desolación o aislamiento, es una elección razonada donde los demás siguen disponibles para el encuentro: tu pareja no es un lazarillo.

Invítate a ti mismo a salir y conversa de «tú a tú» o de «yo a yo». Tu mente te extraña. Y aunque hagas todo lo posible para justificar la presencia de la persona que amas en cada instante de tu vida, tendrás que reconocer, aunque sea a regañadientes, que la pareja a veces sobra y molesta a pesar de que la ames. Hay momentos que son exclusivamente tuyos y que no están diseñados ni pensados para nadie más. ¡Utilízalos y sácales provecho!

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso