La realidad siempre es concreta, pero los conceptos sólo pueden acercarse a la realidad si son abstractos. Cada uno de nosotros tenemos unas peculiaridades que nos son esenciales — salen de nuestra identidad esencial — que es algo específico lo que hace que cada uno sea uno, y para lo cual no existe adjetivo que lo defina. No sirven las palabras. Entonces, si al intuir eso específico de una persona me formo una imagen y la registro en la memoria, en un recuerdo, la he cristalizado en un solo aspecto de su ser, y además aprisionada en un concepto que le queda chico, porque es incapaz de definir lo que captó la intuición.
La persona es siempre evolutiva, en movimiento, mostrando distintas y continuas facetas que son infinitas y no se pueden fijar. Párate a escuchar a una persona — pero con la mente limpia de recuerdos y conceptos prefijados de ella — y verás cómo te sorprende a cada instante con facetas desconocidas, siempre nuevas e imprevisibles.
Ahora piensa que, si al hombre no se le puede clasificar, a Dios que es la Unidad, menos. Los prejuicios son los que fijan a las personas. Prueba a verte a ti con ojos nuevos, luego a las personas más cercanas, luego la naturaleza y, así, estarás más cerca de poder ver a Dios. A Dios sin conceptos, despojado de los ídolos en que lo convertimos.
Lo cierto es que la realidad concreta es el concepto abstracto, porque la realidad siempre fluye, siempre está en movimiento como la persona. Las células de las personas se van renovando en cada instante mientras la persona sigue siendo la misma, se va mostrando de mil formas, por lo que es imposible enmarcarla en una de ellas. Así, somos cambiantes como un río siempre en movimiento. Tener conceptos para la realidad es una injusticia. Es como querer cristalizar a las olas, que no son cosa, sino acción. Igual le pasa a toda la creación, y con más razón a las personas.
Tú no puedes meter un huracán en una caja, y tampoco puedes meter la realidad en una caja. Los límites de la realidad son inmensos y movibles. Lo que ocurre es que el mundo en que estamos acostumbrados a movernos no es la realidad, sino un conjunto de conceptos mentales. Sólo los místicos son capaces de ser tan libres como para vivir la realidad tal como es.
Lo cierto es que tal libertad asusta, nos impone, porque supone romper con todo o, por lo menos, cuestionarlo todo. Ellos le ponen interrogantes a todo. Más vale la duda — acordaos — que la oración. Lo que ocurre es que no tenemos la verdad, sino la fórmula. Hay que pasar por encima de la fórmula para llegar a la verdad.
Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello